El dicho que postula que “la realidad ha superado la ficción” no solo encierra una idea que claudica cualquier posibilidad por imaginar alternativas divergentes, sino, y sobre todo, confunde y difumina los parámetros establecidos entre normalidad y desvarío.
Making a Murderer (MAM) no es una ficción, ni tampoco una serie basada en hechos reales, es la historia de una persona condensada en diez capítulos, es una producción que documenta por más de diez años el proceso jurídico de un individuo ante el sistema de justicia estadounidense. Es un relato tan real que parece simulado, y tan injusto que resulta verás.
La perturbadora serie documental de Netflix, estrenada durante diciembre de 2015 y dirigida por Moira Demos y Laura Ricciardi, presenta uno de los mejores trabajos que se han realizado al momento de trasladar cuestiones jurídicas a productos audiovisuales.
La desazón inicial que genera el seguir a lo largo de los años a una serie de protagonistas (cuyos papeles parecen estar confeccionados a la medida) dentro de un abstruso sistema legal, se transmuta de forma veloz en suspicacia, para finalizar descreyendo por completo de cualquier involucrado en la trama. Machado afirmó en sus poemas que la fe no consiste en creer sin ver, sino en creer que se ve. Después de estar atento a lo que sucede en MAM, a pesar de que uno quiere creer (en el derecho, en la justicia), lo que se ve, simple y sencillamente, no se puede creer.
Cuando el derecho se empeña en la creación de realidades a través de ficciones, de artificiosos discursos cuyas pretensiones se orientan hacia un imaginario colectivo (que a la vez, resulta tan veraz como tramposo), la justicia se vuelve inerte y la seguridad jurídica se torna confusa.
MAM ocurre en la Norteamérica profunda (en Manitowoc, Wisconsin, pueblo con alrededor de 33.000 habitantes) y sigue la historia de Steven Avery, un tipo que injustamente pasó en prisión más de dieciocho años por un supuesto abuso sexual que, años después, se comprobó nunca cometió. En 2003, ya estando libre, este individuo y diversos colectivos que lo auxilian emprenden acciones tendientes hacia la justiciabilidad y exigibilidad de sus derechos violados en el pasado.
Estos hechos parecerían suficientes para la construcción de un relato interesante que exponga de forma fehaciente la manera en que un Estado ventajoso, miope y populista, cristalizado a través de sus torpes funcionarios judiciales y administrativos, priva a uno de sus ciudadanos más vulnerables. Sin embargo, la historia justo comienza allí… En 2006, cuando Steven Avery, al tiempo de ganar una jugosa demanda civil por daños, es nuevamente acusado pero esta vez por cometer el brutal homicidio de una joven fotógrafa llamada Teresa Halbach, cuyos restos se descubren enterrados cerca de la vivienda del protagonista del caso.
Todo esto que se relata solo ocurre durante el primer capítulo de la serie-documental, pues los procesos jurídicos que a partir de ahí se desembocan es lo que desarrolla el contenido de la misma.
Parecería entonces que el argumento de esta producción no sería más que el de otra lúgubre serie para abogados, pero no es así, y de ahí sus importantes repercusiones y también su amplia popularidad, pues los giros, los personajes que van apareciendo, pero sobre todo lo sorprendentemente rígido y obtuso que puede llegar a ser un sistema de justicia es lo que le imprime un sello narrativo bastante peculiar a MAM.
Pues, a manera de “thriller jurídico” —por llamarlo de algún modo—, las desventuras de Avery, lamentablemente, se convierten en el entretenimiento de miles de personas. Su infortunada vida se combina con la malicia y desconfianza no solo de las personas que laboran para el Estado, sino también de todo una comunidad.
A pesar de que algunos han dicho que la serie-documental parece un tanto tendenciosa a favor de Avery, y si bien es cierto que quizá la duda ronde eternamente sobre la muerte de Teresa Halbach, también lo es que resulta bastante difícil no sentir empatía por la familia del protagonista de MAM, sobre todo, por los estragos que el paso de los años genera en sus vidas. Lo lánguido e inasequible que conlleva el desarrollo de un proceso jurídico es tan fatal como demoledor para las personas que aunque no son propiamente parte del mismo, sufren sus consecuencias.
Juzgar es un acto violento que nunca se realiza en lo individual. Muchas veces quienes componen al aparato jurisdiccional olvidan que no deciden sobre la vida de una persona en concreto, sino que detrás de la misma existen otras muchas que a la vez afectan con sus veredictos.
El tiempo es un factor determinante para descubrir lo ruin y chantajista que puede llegar a ser un sistema de justicia que se jacta de expedito y accesible.
La mala fama que caracteriza a los abogados obedece, en gran medida, a esa premisa que postula a esta profesión como la profesión liberal por excelencia, como un oficio guiado por la avaricia y la arrogancia, donde la empatía por las personas que requieren sus servicios, y la diligencia en su trabajo, pasa a segundo término frente a las ambiciones por obtener (cueste lo que cueste) un fallo favorable y las exigencias técnicas del sistema.
El rol que juegan Dean Strang y Jerry Buting, defensores de Steven Avery, evoca al de Atticus Finch, protagonista de To kill a Mockingbird (Matar a un ruiseñor). Este abogado, imaginado por Harper Lee en 1960, viene a encarnar no solo las principales virtudes de lo que debería ser un buen profesional del derecho, sino también un gran ser humano. Al ser un modesto abogado de un pequeño poblado ficticio denominado Maycomb (que se ha identificado con Monroeville, Alabama), el carácter íntegro, honesto, e independiente de Finch sobresale al momento en que defiende a un negro acusado de violar a una joven blanca, hija del borracho del pueblo, ante un jurado compuesto por doce personas blancas.
Strang y Buting despliegan una defensa precisa, inteligente, pero sobre todo sensata. Un trabajo que bien vale la pena difundir, porque lejos de las actuaciones absurdamente tendenciosas de otros abogados en el mismo proceso que documenta MAM, estos conjugan la compleja ambivalencia de la profesión forense fungiendo, por un lado, como vehementes defensores de los intereses del particular y, por el otro, operado como auxiliares del sistema, contribuyendo a la construcción de instituciones sólidas y confiables.
Y aunque se podría aducir que Dean Strang y Jerry Buting, a diferencia de Atticus Finch, no son abogados que ejercen la defensa de oficio, es importante mencionar que gran parte de su trabajo no solo rebasa de sobremanera lo exigido por el caso, sino que también devela un absoluto involucramiento en el mismo que pone de manifiesto lo complicado que resulta distinguir entre cuestiones estrictamente profesionales y personales.
Una de las mayores aportaciones de MAM a la cultura jurídica en general es el visibilizar la existencia de un prototipo de abogado que no suele ser muy común en nuestros tiempos, de un modelo de litigante que reconstruye la desarraigada idea del aspecto social en el ejercicio forense, al tiempo que rompe con la inercia mecanicista dentro de esta vilipendiada profesión.
Un elemento crucial que quizá ha pasado un poco desapercibido frente a la exitosa narrativa, y repercusiones en el ámbito jurídico, de MAM se encuentran en su música, a cargo de Gustavo Santaolalla. Siendo uno de los más afamados compositores y productores de los últimos tiempos, el dos veces ganador del premio Oscar dota de un particular sello sonoro que, desde hace ya algún tiempo, suele caracterizar a sus obras. Conocido ampliamente en México por sus trabajo con grupos emblemáticos del rock nacional, como Caifanes y Café Tacvba, Santaolalla, a través de sus composiciones para esta producción de Netflix, evoca a algunos de sus mejores trabajos realizados en las películas de Alejandro González Iñárritu, pues transmite una especie de fusión entre la otredad y desasosiego que solo puede configurar, y empatizar a la perfección, alguien que fue víctima de censura durante la dictadura de Videla en Argentina, alguien que conoce de primera mano lo absurdos y lo injustos que pueden llegar a ser los sistemas estatales.
Antes que aducir que lo ocurrido en MAM puede categorizarse dentro de una geografía concreta, o bien empatarse con las caracterizaciones de un determinado sistema jurisdiccional, dicha producción muestra puntos en común sobre el anticuado funcionamiento de los procesos jurídicos y la impartición de justicia en general.
En México, hace ya algunos años, el documental Presunto Culpable, ideado por Layda Negrete y Roberto Hernández, puso de relieve (en igual sentido que MAM) lo irrazonable que puede llegar a ser el proceso y la resolución de un caso ante tribunales. Más allá de los premios y las críticas al largometraje documental más taquillero en la historia del cine mexicano, lo que resulta increíble con Presunto Culpable es el vodevil jurídico al que se tuvo que enfrentar una vez estrenado. Las demandas y procesos judiciales en su contra, no solo posibilitan la realización de un metadocumental que narre el inverosímil desarrollo posterior del documental en tribunales, sino que también revelan el enorme potencial que guarda el contenido audiovisual para denunciar injusticias y comunicar ideas sobre una concepción del derecho.
Al final de cuentas, este tipo de producciones pueden ser contempladas como una forma de protesta, de incordiar a un sistema anacrónico donde la persona es lo que menos importa. Sus repercusiones van más allá de la sala de cine o la televisión, sus consecuencias llegan a cimbrar una sociedad que se encuentra cansada de quienes detentan el poder lo ejerciten de forma distante e ininteligible.
En el caso de MAM, hasta la oficina del presidente de los Estados Unidos, se ha tenido que pronunciar sobre el cuestionado proceso jurisdiccional de Steve Avery después de que se generara una iniciativa pidiendo en indulto del involucrado (la cual, al día de hoy, cuenta con 526.897 firmantes). Y aunque Barack Obama ha respondido que la concesión de indultos y perdones para el presente caso no se encuentra dentro de sus facultades, debido a la naturaleza estatal, no cabe duda de la incidencia que se ha producido a partir de la emisión de la serie-documental, esto, tanto es así, que actualmente una afamada abogada que conoció lo sucedido ha comenzado a recabar pruebas e información para solicitar la reposición del proceso y buscar otras alternativas para Avery y los suyos.
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