Esperanza. Esa es la palabra que define la grata experiencia de ser parte de la Comisión de Selección del Comité de Participación Ciudadana, del Sistema Nacional Anticorrupción. Y es que sin duda, el emprender este viaje que si bien es cierto, partió con un dejo de incertidumbre, ha sido un gran reto que me ha traído como saldo un buen número de experiencias positivas.
En primera instancia, el trabajar mano a mano con el resto de los integrantes, conocer sus trayectorias, entender sus visiones. Todo esto para juntos consensuar y lograr encuentros que en mucho construyeron y fortificaron este andar. Es sólo en el encuentro con el otro que se vive la multiculturadidad, y es en ella en la que las identidades adquieren un sentido incluyente. A cada uno de ellos les agradezco su entrega y reconozco su labor.
El ser parte de esta Comisión es para mí una experiencia alentadora. Es un honor el poder contribuir a la generación de la estructura política y jurídica que aportará a la creación de los muros que gradualmente impedirán el paso de las prácticas corruptivas en al ámbito del ejercicio público.
Confieso que el ser la única foránea significó en un principio un gran desafió, mismo que con el paso de los días sumó al sentido plural y multidisiplinario del grupo. Jalisco es un estado que a lo largo de su historia se ha destacado por estar a la vanguardia en cambios estructurales que tocan de fondo a sus actores e instituciones.
La encomienda histórica que recibí el 13 de octubre de 2016, fue la de articular por primera vez a una instancia cuya misión contribuyera a despojarnos del cáncer social que para los mexicanos representa la corrupción. Un mal que genera el escenario de injusticia social en nuestro país, a la vez que alimenta la gestación de otro igual de destructivo, como lo es la impunidad. De ahí la importancia del poder desempeñar este cargo honorifico que me ha llenado de total satisfacción.
Los mexicanos sabemos que la corrupción es un flagelo que nos ha causado mucho daño como sociedad, que debilita no solamente las bases del gasto público, sino que –y esto es quizás el peor de los daños- destruye la confianza de los ciudadanos en sus instituciones.
Soy una convencida, al igual que muchos de mis compañeros y compañeras de viaje, que esta lucha no es vana. El camino por el que avanzamos corresponde al de un largo trayecto en el cual ya antes otros mexicanos han avanzado.
No podemos fallar. Somos la generación que tiene en sus manos la oportunidad de dar un digno cierre a un cambio histórico para desde ahí, hacer un corte definitivo entre un antes y un después.
No puedo dejar de mencionar lo grato y esperanzador que ha sido este proceso y las puertas que ha abierto. Los perfiles que se presentaron para formar parte del Comité de Participación Ciudadana incluyeron a mujeres y hombres comprometidas con México, que aman su país y están dispuestos a trabajar por él.
Sé que la labor vocacional y comprometida de muchos actores por la creación del SNA, está en perfecta congruencia con las exigencias de un nuevo México que anhela el derecho a vivir en un país a la altura de las expectativas éticas de millones de ciudadanos.
A todas luces, nuestra sociedad está transformado al país. Las continuas manifestaciones ciudadanas son un claro reflejo de la organización social que está provocando un revuelo cultural que impacta en todas las esferas de la vida pública. Los ciudadanos están activos y dispuestos a levantar la voz hasta que los escuchen. Es esa precisamente la base de la esperanza a la que me refería al inicio de este texto.
Por Cynthia Cantero
Twitter: @CynthiaCanteroP
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