Escuchamos dos tipos de discursos: uno de carácter personal-anecdótico y otro de carácter político-social.
Ambos discursos pretenden generar confianza y cercanía con la sociedad mexicana, pero al final resultan discursos para el gremio.
Antes de entrar en materia, me permito aclarar lo siguiente: mi análisis no consiste en juicios morales sobre personas, sino un apunte crítico sobre qué se dijo en la citada ceremonia. He aquí mi crónica:
La ceremonia inició con los requisitos formales. Se dan los saludos de bienvenida, el secretario lee el acta del día. A continuación, el ministro presidente Luis María Aguilar explica que Norma Piña y Javier Laynez recibirán la toga reglamentaria, la cual se utiliza por decreto desde 1941 como
símbolo de la alta investidura del puesto. Ninguna reflexión sobre el significado de la Corte, ni de la responsabilidad de sus integrantes, ni nada más allá del protocolo.
Una vez terminado el protocolo de bienvenida, la ministra Margarita Luna Ramos toma el estrado para pronunciar el discurso de bienvenida, adelantando que dará una semblanza de la ministra y el ministro recién designados. Comenzamos pues con lo personal y anecdótico: los méritos de madres y padres de ambos, sus estudios, sus carreras profesionales, sus amigos, etc. Pero en el fondo del discurso de la ministra Luna Ramos, resuena algo más: la exaltación de la
cultura del esfuerzo y el señalamiento reiterado de todas las dificultades que tanto la ministra Piña, como el ministro Laynez sortearon para llegar a ocupar un asiento en el pleno de la Suprema Corte. Es un discurso de defensa de la
clase media trabajadora que mediante sacrificios, austeridad y determinación logra posicionarse en las altas esferas del poder. La idea central es que no han llegado a la Corte por casualidad o por pertenecer a las élites tradicionales del país, sino que son producto de sus propios méritos. Más aún, se trata de personas con sensibilidad social: han dado clases en el CONALEP, en secundarias públicas y empezaron su oficio
desde abajo, picando piedra. En lo personal tenemos todo que aplaudirles –culmina así el discurso de Luna Ramos- tienen sencillez de alma, sentido sobrio de la vida y una alto sentido de la responsabilidad profesional. Escuchamos aplausos largos solo interrumpidos por la voz del ministro Aguilar quien invita a la ministra Piña a tomar el estrado.
La ministra profundiza en el sentido en el que lo hizo su ex-compañera de tribunal colegiado. Reconoce la deuda moral e intelectual que tiene con su madre y su padre, mientras recuerda a los ministros Cossío, Zaldívar y Pérez como
compañeros de banca en la maestría de la UNAM. Todo indica que se reconoce como parte del grupo que integra la Corte desde hace algunos años. Finaliza con una reflexión sobre su imparcialidad e independencia: he aprendido a quitar etiquetas para realizar la labor jurisdiccional para enfocarme a la búsqueda de la justicia y la verdad. El discurso nos ha colocado en un plano de cercanía y cordialidad. Otra vez escuchamos aplausos y se anuncia el turno del ministro Laynez.
Desde un inicio, el ministro Laynez cambia el tono de la ceremonia, nos ofrece una lectura de la importancia de la SCJN para la construcción del Estado de Derecho mexicano, mientras resalta la importancia de la presencia ciudadana en los procesos de designación de ministra y ministro de la Corte. Desde su perspectiva, el aumento de interés ciudadano por la integración y labor de la Corte son indicios de una democracia sana. Agrega en su discurso que estamos viviendo la culminación de una
auténtica revolución jurídica, la cual inició con la reforma al poder judicial federal en 1995 y que experimenta su madurez con las reformas de derechos humanos y amparo del año 2011. Finalmente, señala que la Corte es quizá la institución que lleva mayor responsabilidad en el proceso de consolidación del Estado de Derecho, pues en ella recae con mayor fuerza la protección de los derechos humanos y la defensa del equilibrio entre los poderes. Es un discurso que pone a la SCJN como un poder protagónico por el que se ha trabajado arduamente desde hace por lo menos veinte años. Finaliza el ministro Laynez con un compromiso: someterse al escrutinio no solo de sus pares, sino de toda la ciudadanía. Otra vez aplausos que se diluyen con la voz del ministro Aguilar que indica que es momento de terminar la ceremonia: se adscribe a la ministra Piña a la primera sala de la Corte y al ministro Laynez a la segunda.
Se presentan la ministra Piña y el ministro Laynez ante la sociedad con narrativas distintas, aunque con un objetivo común: cercanía y confianza. Mientras la ministra Piña opta por el retrato personal, el ministro Laynez opta por el discurso institucional de rendición de cuentas. Desde mi perspectiva, en su discurso ambos fallan en el objetivo. La ministra Piña porque al optar por la semblanza renuncia a enunciar una perspectiva de la Corte y de su labor como ministra que pueda generar un diálogo ciudadano que resulte en confianza. El ministro Laynez porque al optar por la pulcritud conceptual y académica, olvida que todos los tecnicismos no le dicen nada a las personas no especializadas en materia jurídica. Si bien el discurso del ministro resulta más sustantivo en cuanto a perspectivas jurídicas y sociales, no logra comunicarse con ese grupo más amplio al que promete rendir cuentas.
Para finalizar, ni la ministra, ni el ministro nos ofrecieron datos de la conformación de su equipo de trabajo (ponencias), como tampoco nos ofrecen vías de comunicación social para entablar un diálogo jurídico. Ambas cuestiones son indispensables si lo que se quiere es generar confianza y apertura ante la sociedad: necesitamos datos para evaluar y participar, así como medios de comunicación para dialogar. En el discurso parece que quienes integran la SCJN ya están concientes de ello, es hora de pasar de la idea a la práctica.
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