Sobre los chistes de abogados

El chiste y su relación con el inconsciente, es lícito recordar el peculiar atractivo, y aun la fascinación, que los chistes ejercen en nuestra sociedad. Un chiste nuevo opera casi como un evento digno del más universal interés; es como la novedad de un triunfo de que unos dan parte a los otros.[1] Precisamente Marc Galanter se ha encargado de rastrear chistes de abogados que han estado en circulación desde los últimos doscientos años y de estudiarlos en su libro Lowering the Bar: Lawyer Jokes and Legal Culture,[2] demostrando las fuertes relaciones entre estos y las convicciones generales sobre los abogados en Estados Unidos. Pero estas manifestaciones culturales, más allá de ceñirse a un sistema jurídico en específico, son tan vastas que develan una animadversión transversal contra los abogados. En efecto, los chistes que hay sobre los de este gremio parecen ser más que los de cualquier otro. Existe tanto material al respecto que, seguramente, completar un libro de gran volumen sería una tarea sencilla. No es nada frecuente escuchar chistes sobre biólogos y químicos o historiadores y filólogos o ingenieros y arquitectos. Quizás de médicos y sacerdotes también exista un amplio repertorio, lo cual es bastante significativo, ya que en ambos casos se trata de profesiones que hacen las veces de centros generadores de normatividad social. De ahí que Michel Foucault haya identificado en el derecho, en la medicina y en la escuela tres de las grandes instituciones de poder para asegurar el mantenimiento de las relaciones de producción biopolítica de la Modernidad.[3] Sin embargo, los estereotipos y las asociaciones inmediatas con las que de forma aguda y ofensiva se alude a los abogados en sus chistes, dejan apreciar un desprecio contra estos que no es posible distinguir de manera tan nítida en cualquier otra profesión. La presunta armonía disfrazada de sátira y sarcasmo que traslucen los chistes sobre abogados queda al descubierto en cualquier enunciado de la siguiente breve recopilación:

  • ¿En qué se diferencia un abogado a un cuervo? En que uno es rapaz, ladrón y traicionero, y si puede te saca los ojos, y el otro es un inocente pájaro negro.
  • ¿Por qué los laboratorios que realizan experimentos decidieron usar abogados en vez de ratas? Por tres motivos: 1. Los abogados son más numerosos. 2. Los asistentes de laboratorio no se encariñan con ellos y, 3. Hay en definitiva algunas cosas que las ratas no harían.
  • ¿Cuál es la diferencia entre un abogado y un vampiro? El vampiro te chupa la sangre solo de noche.
  • ¿Por qué los del correo no hacen estampillas con las imágenes de abogados? Porque la gente no sabría en qué lado del sello deben escupir.
  • ¿Cuál es la diferencia entre un abogado y un balde de mierda? El balde.
  • ¿Qué usa un abogado como anticonceptivo? Su personalidad.
  • Si ves a un abogado en una bicicleta ¿por qué no tratas de atropellarlo? Porque podría ser tu bicicleta.
  • ¿Qué son cien abogados en el fondo del mar? Un buen comienzo.
  • ¿En qué se parecen los abogados y los plátanos? En que no hay uno derecho.
  • ¿Cómo puedes saber que un abogado está mintiendo? Cuando sus labios se mueven.
  • ¿Para qué son buenos los abogados? Para que los vendedores de carros parezcan honestos.
  • ¿Qué tienen en común los abogados y el esperma? Que solo uno en dos millones realmente hace su trabajo.
  • Un caníbal entró a una carnicería y observando los precios, trataba de decidir qué llevar para la cena. Llamaron su atención un par de letreros, uno de ellos decía: “Sesos de Ingeniero, $4.50 el Kilo” y a su derecha había otro que decía: “Sesos de Abogado, $50.00 el kilo”. Oiga, señor, preguntó el caníbal, por qué los sesos de abogado son tan caros? –Bueno, dijo el encargado ¿sabe usted cuántos abogados hay que matar para obtener un kilo de sesos?
  • ¿Cuántos abogados se necesitan para cambiar una bombilla eléctrica? Tres. Uno para escalar una escalera. Otro para menearla. Y el otro para demandar a la compañía de escaleras.
  • ¿Por qué los tiburones no atacan a los abogados? Por cortesía profesional.
Podría seguir engrosándose el catálogo de bromas acerca de la abogacía, pero basten los anteriores ejemplos para confirmar que la gran cantidad de chistes existentes, denota un largo recorrido histórico que dista de ofrecer una imagen del abogado envuelta por la cordialidad o su buena diligencia. Cuando se argumenta que por la propia naturaleza de los chistes se postula una idea que en buena medida corresponde a un injusto estereotipo, y por ende sería audaz afirmar que toda configuración que se tiene sobre los abogados es negativa, los chistes que representan a estos como la encarnación de todas la cualidades antitéticas de la honradez, de la sinceridad y del desinterés, se transforman tácitamente para reconocer a tales virtudes como el patrimonio primordial de quienes ejercen la abogacía, reafirmando a su vez la nobleza de la profesión. Así, los chistes sobre abogados no significarán otra cosa más que eso: humildes ocurrencias cuya finalidad es sencillamente divertir. No obstante, el contenido de los chistes revela “exactamente cuáles son los tabúes de una sociedad o de un grupo, su nivel de cultura, sus intereses, sus creencias explícitas o implícitas, las normas de conducta no escritas”.[4] Al no existir un aparato oficial que se encargue de su creación, los chistes surgen del clamor popular, previos a los medios de comunicación masivos y al margen de lo institucional, de autores indeterminados y con la necesidad de causar gracia para subsistir de boca en boca. Como prueba evidente de que es posible comunicar un mensaje agresivo pero a la vez festivo, directo aunque al mismo tiempo disimulado, el chiste aporta una visión crítica de la realidad que resulta socialmente aceptable. No resulta casual que, uno de los más grandes filósofos del derecho en el siglo XIX, Rudolf von Jhering, echaría mano de este ingenioso recurso para embestir contra los teóricos dogmáticos de aquella época y expresar con perspicacia sus equivocaciones respecto a la ciencia jurídica, pues “la broma solo tiene por misión dar más relieve a lo serio”.[5] Resulta claro que una determinada idea negativa sobre la abogacía puede ser objeto de exageración, pero responde a una cierta realidad más o menos matizada o matizable y desde luego muy simplificadora, pero con fundamento real. Así, independientemente del desdén y la cólera manifestada en los chistes sobre abogados, un grave problema reflejado en dicho tema es que muchas de estas ocurrencias, lejos de ser elucubraciones ficticias, son auténticas experiencias cotidianas de la práctica profesional. Si Freud -en su trabajo antes mencionado- logró dilucidar respecto a los chistes sobre judíos, al encontrarlos como prueba de que la condición de estar envueltos en ellos mismos, significó el momento preciso para abordar ciertos temas que solo resultaban posibles mediante rodeos, los chistes sobre abogados, al ser muchas veces precisamente difundidos e ideados por abogados bajo dudosas intensiones de vanidad y auto-reconocimiento, se descubren como fenómenos que develan a un gremio satisfecho con su estatus, a pesar de las detracciones y burlas. Así, inmersos en una dinámica que nubla la autocrítica, los abogados suelen relegar el análisis de los vicios que aquejan a su profesión causando encono social respecto a su labor. [1] Vid. FREUD, Sigmund, El chiste y su relación con el inconciente, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1970, p. 17. [2] GALANTER, marc, Lowering the Bar: Lawyer Jokes and Legal Culture, University of Wisconsin Press, Madison, 2005. [3] Vid. Foucault, Michel, Historia de la sexualidad – 1. La voluntad de saber, Siglo XXI, Buenos Aires, 1984, pp. 170 y 171. [4] CASTRO, Sixto J., “El chiste como paradigma hermenéutico”, en Diánoia Revista de filosofía, Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México y Fondo de Cultura Económica, Vol. 56, No. 67, 2011, p. 107. [5] JHERING, Ruolph von, Bromas y veras en la ciencia jurídica [1884], Civitas, Madrid, 1977, p. 36.]]>

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