Maltrato Animal en Caperucita Roja

  • La versión original del cuento
  • La versión original de Caperucita roja no termina felizmente. En el cuento escrito por Charles Perrault, a finales del siglo XVII, se relata una historia sombría donde al final, después de que el lobo le indica a la niña que se acueste con él y de que esta se quita la ropa, el feroz animal se come a Caperucita y nadie la rescata. Incluso, existen versiones posteriores (empatadas con la tradición oral y con recopilaciones folklóricas y populares) donde el lobo invita a la niña a comerse la carne y beberse la sangre de su abuela, o bien donde Caperucita, antes de entrar a la cama con el lobo, va arrojando al fuego cada una de sus prendas de vestir. Independientemente del striptease o del canibalismo referido, en aquellas épocas las intenciones por relatar, y difundir, historias como la de Caperucita eran bastante claras. Desde el título de la compilación de los ocho cuentos que publica Perrault, Historias del pasado con la moral, es posible advertir su carácter didáctico impregnado de una fuerte dosis de moralina dirigida, especialmente, hacia los más jóvenes. Dicha primera versión del cuento de Caperucita, a pesar de que no acaba en final feliz, cumple decisivamente su función moralista, pues el mensaje de la historia queda claro: No confíes en personas desconocidas o cosas malas te ocurrirán.  
    1. La de los hermanos Grimm
    Con el paso de los años el cuento sufre diferentes adaptaciones, la mayor parte de estas en línea con presentar una historia menos oscura y una Caperucita cuya vida no terminé en las entrañas del lobo. En general, lo que se intenta es dulcificar el cuento y seguir resaltando su moraleja.   Acaso la versión más difundida y conocida de Caperucita roja es la realizada, alrededor de doscientos años después, por los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm.   Los hermanos Grimm fueron importantes filólogos y juristas en la Alemania del siglo XIX. Alumnos destacados del principal exponente de La escuela histórica del Derecho, Friedrich Karl von Savigny, y promotores del mayor diccionario etimológico del alemán.   Sus diferentes facetas como cuentistas, teóricos del derecho, y lingüistas es posible entenderlas como fruto de la relevancia otorgada al historicismo durante dichas épocas pues “la pasión por el conocimiento histórico se refleja en su dedicación a la etimología, en su tesón por recuperar las viejas narraciones germánicas, en su celo por hallar la clave de la proto-lengua indoeuropea y en su afán por rescatar el antiguo Derecho consuetudinario germánico”.[1]   Aunque los cuentos de los hermanos Grimm seguían caracterizándose por un sadismo y una violencia extrema en sus versiones (pues originalmente estos no fueron escritos para el público infantil), los ánimos por expresar la dureza vivida en épocas pasadas fue transformándose hasta presentar historias con un marcado carácter pedagógico que, además de resultar adecuadas para gusto de la burguesía de aquel tiempo, sirvió para la domesticación ideológica de los menores de edad.   Así, las versiones de los hermanos Grimm que conocemos de Blancanieves, de Cenicienta, de La Bella durmiente, de Hansel y Gretel, o de Rapunzel, no corresponden con las ideadas originalmente, sino que han sido alteradas en varios detalles para asegurar su apacible posteridad.   En el caso de la Caperucita roja de los Grimm, a diferencia de la de Perrault, una vez que el lobo deglute a la niña, el cuento continúa.   A pesar de que existen diferencias entre ambas versiones (como por ejemplo, en el cuento del escritor francés la mamá de la niña le da un pastel y un tarrito de mantequilla para que le lleve a su abuela, mientras que en el cuento de los hermanos alemanes, la mantequilla es sustituida por una botella de vino), resalta sobre todo el final feliz que Jacob y Wilhelm Grimm escriben para la historia de su Caperucita. Final feliz sobre el cual es posible realizar diversas consideraciones.   Partiendo de la concepción de que la virtualidad erigida por la narrativa de Caperucita Roja propulsa distintas posibilidades para comprender el derecho de una mejor manera, las interpretaciones y análisis que se pueden hacer de esta versión del cuento son varias. Desde aquella que examina las representaciones de la violencia de género en los personajes, pasando por el tratamiento y regulación de la concepción de vejez digna, hasta el estudio de ciertos delitos como el allanamiento de morada, el fraude, o suplantación de identidad. Por el momento, se llama la atención sobre un tema con importantes implicaciones jurídicas.  
    1. Maltrato animal
    El cuento de los hermanos Grimm termina cuando el feroz animal, después de comerse a Caperucita, decide volver a la cama y al quedarse dormido sus fuertes ronquidos hacen que un cazador, que por casualidad iba pasando por la cabaña, decida entrar para ver qué ocurre. Al entrar, este descubre al lobo dormido y antes de disparar su arma de fuego contra él, piensa que tal vez el animal pudo devorar a quien vive en la cabaña, y que por tanto dicha persona todavía podría ser salvada. De ahí que el cazador en lugar de disparar, decida utilizar unas tijeras para cortar el vientre del lobo que sigue profundamente dormido.   Al cortar el vientre del lobo, se descubre no solo a la dueña de la cabaña, sino también a Caperucita, quien al salir, rápidamente se encarga de traer muchas piedras para introducirlas en el vientre del lobo. Así, cuando el animal despierta, este intenta huir pero las piedras eran tantas que no soportó el esfuerzo y murió. Después el cazador le quita la piel al lobo. La niña, la abuela y el cazador se sienten felices.   Ahí termina la historia. Existe después una especie de epílogo donde se cuenta que Caperucita, tiempo después, se vuelve a encontrar a otro lobo en el camino rumbo a casa de su abuela, pero la niña esta vez lo ignora. El lobo la sigue y llega de nuevo hasta la cabaña, sin embargo la abuela y Caperucita le tienden una trampa y la narración finaliza con otro lobo brutalmente asesinado.   Tradicionalmente se ha excluido a los animales como sujetos de derechos, o bien aquellos aspectos relacionados de manera directa o indirecta con su protección no han sido regulados jurídicamente, no obstante, en los últimos años distintas concepciones han ido permitiendo que seres distintos de los humanos sean titulares de prerrogativas consagradas en ordenamientos positivos.   La idea de padecer aflicción, sentir dolor grave, experimentar sufrimiento, como nota característica de las personas humanas ha sido una de las rutas que han permitido debatir sobre el papel de los animales en la sociedad moderna, generando, de forma paulatina, la adopción de medidas tendientes a la protección de los animales a través de vías normativas. En este sentido, al día de hoy existe numerosa legislación tanto en el ámbito internacional como en diferentes países a lo largo y ancho de del mundo, que considera a los animales como seres titulares de derechos.   Ahora bien, en el caso de Caperucita con el primer lobo, al momento en que decide llenarle el vientre de piedras para matarlo, antes que acusársele de tortura o maltrato animal se podría aducir que esta realizó dicho acto a manera de legítima defensa. Sin embargo, dicha figura jurídica tiene su origen a partir de un acto voluntario de un ser humano, y en este supuesto el lobo (a pesar de sus capacidades cognitivas y su sentido del habla) no puede ser considerado como tal.   La defensa frente animales cabría alegarse como estado de necesidad. Caperucita justifica su acto, y extingue cualquier tipo de responsabilidad civil o penal, salvando su vida a costa de la de un animal que la ataca involuntariamente, o por lo menos en un plano desigual al de un ser humano.   El problema surge con el segundo lobo que se narra en el epílogo del cuento, pues en este caso la protagonista ahoga cruelmente al animal en agua hirviendo sin siquiera encontrarse en peligro inminente para causar la agresión. Si bien es cierto que el lobo se hace pasar por ella una vez que Caperucita y su abuela están en su casa, también lo es que de sus acciones no se puede inferir que tenga una intención clara por cometer algún tipo de daño.   En tal supuesto sí se podría hablar de maltrato animal, aunque dependerá de la normatividad del lugar en donde se cometido el acto.   Por ejemplo, suponiendo que la historia de Caperucita sucedió en España, a esta no se le podría acusar de maltrato animal en contra del lobo pues la conducta típica debe recaer solamente sobre animales domésticos o amansados, “se deja fuera del tipo los animales salvajes”.[2] Si comprendemos al lobo como un animal amansado, entonces sí, la pena para Caperucita sería la prisión de tres meses a un año.   Si el mismo suceso fuera cometido en el Distrito Federal, a Caperucita se le impondría una pena de dos a cuatro años de prisión y multa de 200 a 400 días no solo por haber realizado actos de maltrato o crueldad en contra de cualquier especie animal (tanto doméstico o como silvestre), sino también por haberle provocado la muerte.   A pesar de que cada año miles de animales continúan sufriendo maltrato en México, y de que la lucha a favor de sus derechos no tiene una honda tradición, en los últimos tiempos cada vez más se está dejando sentir un apoyo a favor de proteger jurídicamente a estos, o al menos así parecen demostrarlo algunos recientes sucesos que parecerían inconcebibles hace poco, como la prohibición de uso de animales en circos, la prohibición de las corridas de toros, o la de las peleas de gallos, entre otras acciones. [1] Lloredo, Luis, Ideología y filosofía en el positivismo jurídico de Rudolf Von Jhering, Tesis Doctoral Universidad Carlos III de Madrid – Instituto de derechos humanos Bartolomé de las Casas, Getafe, 2010, p. 535. [2] GARCIA SOLÉ, Marc, “El delito de maltrato a los animales. El maltrato legislativo a su protección”, en Revista de Bioética y Derecho, Universidad de Barcelona, No. 18 – enero 2010, pp. 38 y 38.]]>

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